viernes, 1 de mayo de 2020

MI PADRE AUSENTE por Olga Carrera


MI PADRE AUSENTE 
Por Olga Carrera

- ¡Mi padre es un idiota!- exclamé con rencor, mientras estudiaba con detenimiento aquella foto ya vieja y ajada de tanto manoseo.

María Estela ignoró mi comentario y se concentró en seguir seleccionando con entusiasmo fotografías de mi infancia, niñez y juventud.

- No sé por qué insistes en que sea él quien me lleve del brazo hasta el altar- agregué, todavía inspeccionando la misma fotografía.

- Insisto –rezongó María Estela con impaciencia –porque él es tu padre y porque es la tradición que sea el papá quien lleve a la novia por el pasillo central de la iglesia y se la entregue al novio… ¡Así de simple!

No tenía intenciones de discutir con María Estela. Era mi mejor amiga y por eso la había seleccionado para que fuera mi dama de honor. Como habíamos decidido preparar un montaje de diapositivas para proyectar durante la recepción, estábamos escogiendo las mejores gráficas. Para ella era toda una diversión entrar en mis cajones y hacer un comentario sobre cada foto. Que si aquí estabas gordita, que si aquí estabas mudando los dientes… Yo en cambio continuaba estancada en esa primera fotografía: mi padre y yo… y mi esfera de cristal. Este retrato significaba el comienzo del final de mi relación con mi padre. Los colores habían palidecido pero mis recuerdos seguían intactos.

- Princesa, te tengo una sorpresa - anunció mi padre - Iremos juntos a la tienda y escogerás tú misma tu regalo de cumpleaños. Al regreso te cortaremos tu pastel.

Cumplía seis años ese día. Mi corazón era muy pequeño para contener tanta emoción. En la inmensidad de aquella tienda, me llamó la atención una pequeña esfera de cristal, con un paisaje de invierno en su interior. Una suave sacudida era suficiente para que en mi globo mágico comenzara a nevar… Eso fue todo lo que elegí… y esa tarde me tomé la última foto con mi padre.

La segunda parte de su regalo fue un beso de despedida.

Mi padre se separó de mi madre porque ya no la amaba. A mí me abandonó porque… Todavía, a los treinta años, no he logrado comprender por qué.

Durante mi niñez veía a mi padre esporádicamente. Sus cortas visitas estaban vinculadas con suntuosos regalos que pretendían llenar el vacío de su ausencia. Durante mi adolescencia nos vimos en ocasiones especiales, como el funeral del abuelo y mi graduación de bachillerato.
De adulta, recibí algunas llamadas pidiéndome que me hiciera cargo de los cuidados de la abuela. Nunca me preguntó si yo necesitaba algo de él.

Incorporarlo en mis planes de boda no tenía sentido para mí. Cualquier extraño podría llevarme del brazo hasta el altar y yo no hubiese notado la diferencia.

Después de meditarlo mucho, seguí el consejo de María Estela y me comuniqué con mi padre para invitarlo a la boda.

Cumplimos con el protocolo de rigor, manteniendo así la hermosa tradición. Mi padre erguido y elegante me ofreció su brazo y caminamos con aplomo. Durante nuestro corto trayecto hasta el altar, ofrecimos fingidas sonrisas y dejamos capturar nuestra imagen por una decena de cámaras.

María Estela estaba verdaderamente orgullosa de mi decisión y yo le hice creer que todo había sido una experiencia maravillosa. No valía la pena compartir con ella mis verdaderos sentimientos. Ella nunca comprendería que un padre ausente no es padre.

El padre verdadero te cría, te corrige, te conoce, se desvela por ti, te ayuda con tus tareas, te cela cada novio… y con su constante participación en tu vida se gana el privilegio de llevarte del brazo hasta el altar.

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