jueves, 7 de mayo de 2020

EL SECRETO DE RODRIGO por Olga Carrera


EL SECRETO DE RODRIGO 
Por Olga Carrera

La pequeña Amanda había perdido la batalla contra el cáncer.

En el centro del salón yacía su féretro blanco. Un ramillete de delicadas rosas rosadas descansaba sobre el cajón.  Al pie del ataúd, una corona de flores rojas con la característica banda satinada: “Siempre te recordaremos: Mamá y Rodrigo”.

En la primera hilera de sillas, se encontraba Elena, su madre, con los ojos secos de tanto llorar y su mirada perdida en el infinito. Meditaba en silencio, recordando los largos años que esta espantosa enfermedad se había adueñado de su hogar, para agredir sin clemencia a su adorada hija.

Al lado opuesto del salón observó a Rodrigo, su hijo mayor, sentado en la última hilera, solo y  con la vista fija en el piso.  Había crecido ante sus ojos sin siquiera percatarse. Todo el tiempo que le dedicó a Amanda se lo robó a Rodrigo.

-Ha cambiado tanto durante la enfermedad de su hermana- Se lamentaba Elena.

El cambio más radical era su apariencia.  Hacía ya más de un año que rehusaba a cortarse el cabello. Elena, absorta en la enfermedad de su hija, sólo tenía reproches para Rodrigo.

- Las melenas son para las mujeres- le recordaba. 

Rodrigo nunca confrontó a su madre.  Se limitaba a esperar a que terminara el regaño y luego desaparecía de su vista.  Normalmente recogía  su larga melena en la nuca en una cola de caballo. 

Hoy lo llevaba suelto y por primera vez Elena descubrió la hermosura de esa abundante cabellera color castaño, con tonos rojizos.  Sus cejas ahora eran gruesas y en medio de su acné de adolescente comenzaba a salir tímidamente una escuálida barba.

- ¿Cómo hacer para recuperar el tiempo perdido?- Se preguntaba con frecuencia.  Rodrigo era ahora un extraño.  Había vivido en casa como un fantasma: Hacía sentir su presencia, pero no dejaba escuchar su voz. Su actitud misteriosa parecía esconder algún secreto.

Sentada frente al inmaculado ataúd, los pensamientos de Elena se remontaron a un pasado no muy lejano.  Recordó el cálido  día de verano cuando encontró a los dos hermanos en la terraza de la casa, entretenidos en un juego de mesa.  El calor era intenso y la humedad hacía que la ropa se pegara al cuerpo. Le impresionó la ternura con que Rodrigo había retirado la pañoleta de la cabeza de su hermana, dejando al descubierto su cráneo desnudo. Luego abanicó con dulzura su sudada cabecita.  Si bien a quimioterapia prometía erradicar esas células odiosas que embestían contra su vida, también destruía los tejidos sanos.  Muestra de ello fue la progresiva desaparición de sus hermosos rizos color café.

Pasado el funeral, Elena trató de interesarse en las cosas de Rodrigo. Pasaría mucho tiempo antes de lograr incorporarlo en conversaciones familiares.  Rodrigo continuaba en su propio mundo, ajeno a todo lo que le rodeaba.  Su ánimo se levantaba solamente cuando se reunía con sus amigos del colegio. 

-¿Estaría acaso frecuentando malas compañías? – Se preguntaba Elena ahogada en preocupación.

Con el pasar de los meses Rodrigo se volvió más distante y continuó ignorando las sugerencias de su madre de recortar su larga cabellera.

Un día llegó Rodrigo a casa con corte de caballero.  Pasó de largo frente a su madre, como si el cambio no mereciera comentario alguno.
- Rodrigo, te queda muy bien tu corte de pelo – atinó a balbucear Elena.
- ¡Gracias!- respondió el joven con sequedad.

Al día siguiente, mientras tomaban desayuno, Elena hojeaba distraídamente las páginas del periódico. Paró en seco, cuando vio la foto de su hijo, sonriendo para la cámara, mostrando con orgullo su cabellera recién cortada.

“ADOLESCENTE DONA CABELLO A VICTIMA DE CANCER” –leyó Elena el titular.
“El joven Rodrigo Ramírez, de quince años de edad- continuaba la noticia- se dejó crecer el cabello con la intención de regalarle a su herma menor, paciente terminal de cáncer, una peluca de cabellos naturales…”

Elena no pudo leer más.  Las lágrimas emborronaron su vista.  Sintió la presencia de su hijo. Como tantas veces… presente y ausente al mismo tiempo.

-Mamá -dijo finalmente el muchacho rompiendo el incómodo silencio-  mi pelo era para Amanda.  Era un secreto, porque quería dárselo como regalo de cumpleaños… ¡pero ella no me esperó!

Hizo una pausa para contener el llanto.
 
-Cuando ella se fue, así de repente, quise cortármelo y olvidarme de todo. Pero luego pensé que Amanda no era la única niña que había perdido el cabello con la quimioterapia. Por eso dejé que terminara de crecer… para poder donarlo.

Elena abrazó a su hijo con fuerza. En ese momento, volvió a sentirlo pequeño y frágil. Sólo en ese instante reconoció que Rodrigo había sufrido tanto como ella con la trágica partida de Amanda. El ahogado sollozo del muchacho le confirmó que finalmente comenzaba a recuperar a su niño.

También Rodrigo sintió que su madre estaba de regreso.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

En la ciudad de Pamplona

En la ciudad de Pamplona hay una plaza. En la plaza hay una esquina. En la esquina hay una casa. En la casa hay una pieza. En la pieza hay ...