EL
SECRETO DE RODRIGO
Por
Olga Carrera
La pequeña Amanda
había perdido la batalla contra el cáncer.
En el centro del
salón yacía su féretro blanco. Un ramillete de delicadas rosas rosadas
descansaba sobre el cajón. Al pie del
ataúd, una corona de flores rojas con la característica banda satinada:
“Siempre te recordaremos: Mamá y Rodrigo”.
En la primera hilera
de sillas, se encontraba Elena, su madre, con los ojos secos de tanto llorar y
su mirada perdida en el infinito. Meditaba en silencio, recordando los largos
años que esta espantosa enfermedad se había adueñado de su hogar, para agredir sin
clemencia a su adorada hija.
Al lado opuesto del
salón observó a Rodrigo, su hijo mayor, sentado en la última hilera, solo y con la vista fija en el piso. Había crecido ante sus ojos sin siquiera
percatarse. Todo el tiempo que le dedicó a Amanda se lo robó a Rodrigo.
-Ha cambiado
tanto durante
la enfermedad de su hermana- Se lamentaba Elena.
El cambio más radical
era su apariencia. Hacía ya más de un
año que rehusaba a cortarse el cabello. Elena, absorta en la enfermedad de su
hija, sólo tenía reproches para Rodrigo.
- Las melenas son
para las mujeres- le recordaba.
Rodrigo nunca
confrontó a su madre. Se limitaba a esperar
a que terminara el regaño y luego desaparecía de su vista. Normalmente recogía su larga melena en la nuca en una cola de
caballo.
Hoy lo llevaba suelto
y por primera vez Elena descubrió la hermosura de esa abundante cabellera color
castaño, con tonos rojizos. Sus cejas
ahora eran gruesas y en medio de su acné de adolescente comenzaba a salir
tímidamente una escuálida barba.
- ¿Cómo hacer para
recuperar el tiempo perdido?- Se preguntaba con frecuencia. Rodrigo era ahora un extraño. Había vivido en casa como un fantasma: Hacía
sentir su presencia, pero no dejaba escuchar su voz. Su actitud misteriosa
parecía esconder algún secreto.
Sentada frente al
inmaculado ataúd, los pensamientos de Elena se remontaron a un pasado no muy
lejano. Recordó el cálido día de verano cuando encontró a los dos
hermanos en la terraza de la casa, entretenidos en un juego de mesa. El calor era intenso y la humedad hacía que
la ropa se pegara al cuerpo. Le impresionó la ternura con que Rodrigo había
retirado la pañoleta de la cabeza de su hermana, dejando al descubierto su
cráneo desnudo. Luego abanicó con dulzura su sudada cabecita. Si bien a quimioterapia prometía erradicar
esas células odiosas que embestían contra su vida, también destruía los tejidos
sanos. Muestra de ello fue la progresiva
desaparición de sus hermosos rizos color café.
Pasado el funeral,
Elena trató de interesarse en las cosas de Rodrigo. Pasaría mucho tiempo antes
de lograr incorporarlo en conversaciones familiares. Rodrigo continuaba en su propio mundo, ajeno
a todo lo que le rodeaba. Su ánimo se
levantaba solamente cuando se reunía con sus amigos del colegio.
-¿Estaría acaso
frecuentando malas compañías? – Se preguntaba Elena ahogada en preocupación.
Con el pasar de los
meses Rodrigo se volvió más distante y continuó ignorando las sugerencias de su
madre de recortar su larga cabellera.
Un día llegó Rodrigo
a casa con corte de caballero. Pasó de
largo frente a su madre, como si el cambio no mereciera comentario alguno.
- Rodrigo, te queda
muy bien tu corte de pelo – atinó a balbucear Elena.
- ¡Gracias!-
respondió el joven con sequedad.
Al día siguiente,
mientras tomaban desayuno, Elena hojeaba distraídamente las páginas del
periódico. Paró en seco, cuando vio la foto de su hijo, sonriendo para la
cámara, mostrando con orgullo su cabellera recién cortada.
“ADOLESCENTE DONA
CABELLO A VICTIMA DE CANCER” –leyó Elena el titular.
“El joven Rodrigo
Ramírez, de quince años de edad- continuaba la noticia- se dejó crecer el
cabello con la intención de regalarle a su herma menor, paciente terminal de
cáncer, una peluca de cabellos naturales…”
Elena no pudo leer
más. Las lágrimas emborronaron su
vista. Sintió la presencia de su hijo.
Como tantas veces… presente y ausente al mismo tiempo.
-Mamá -dijo
finalmente el muchacho rompiendo el incómodo silencio- mi pelo era para Amanda. Era un secreto, porque quería dárselo como
regalo de cumpleaños… ¡pero ella no me esperó!
Hizo una pausa para
contener el llanto.
-Cuando ella se fue,
así de repente, quise cortármelo y olvidarme de todo. Pero luego pensé que
Amanda no era la única niña que había perdido el cabello con la quimioterapia.
Por eso dejé que terminara de crecer… para poder donarlo.
Elena abrazó a su
hijo con fuerza. En ese momento, volvió a sentirlo pequeño y frágil. Sólo en
ese instante reconoció que Rodrigo había sufrido tanto como ella con la trágica
partida de Amanda. El ahogado sollozo del muchacho le confirmó que finalmente
comenzaba a recuperar a su niño.
También Rodrigo sintió
que su madre estaba de regreso.
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