LA DOCTORA CUBANA Y
LA JINETERA
Por
Olga Carrera
- Aquí en
Cuba no se vive ¡se sobrevive!. Comencé a trabajar como doctora a los
veintiocho años. A mi esposo, quien también es doctor, lo mandaron al a
trabajar por un año a Venezuela, donde supuestamente hace falta atención
médica. Eso fue hace cinco años, ¿Sabes? Teníamos apenas unos meses de casados.
Me imagino que fue por eso que se lo consideraron un buen candidato; al tener
esposa tendría una buena razón para regresar. Pero no fue así.
Así que, quedé
aquí sola, en mi miseria. A mis
alrededores veo sólo las paredes de concreto que forman mi consultorio. El
hospital, casi podrido por fuera, es deprimente también por dentro. Los equipos son antiguos, de los años
setenta. Aquí veo todo tipo de casos. No te imaginas la cantidad de turistas
que llegan insaolados y abatidos por del calor. Son prácticamente los únicos
que pueden llevar su receta a la botica y comprar su medicina.
Son casos como el de Juliana que más me entristecen. Habían pasado tres meses desde la ultima vez
que la vi. Nuestro encuentro fue corto. “Doctora Ana” me dijo, “La ultima vez
que vine me dolió un poco y ¡sangré por tres días!, ¿Crees que esta vez lo
puedes hacer con más cuidado?”. -“Claro
que sí Julianita”. Echada en la cama, le
metí la “aspiradora” y con mucho cuidado le limpié su estomaguito. Julianita apenas tiene catorce años. La
primera vez que se enteraron en el colegio de que tenía la regla retrasada, me
la mandaron a mí. Tenía doce años, chibolita era. Su mamá decidió aprovechar este programa
institucionalizado en los colegios, al fin y al cabo Julianita ya no era
‘señorita’.
Vivo en una casa miserable con mi ex suegra. Al baño no le funciona el tanque, sino el
tobo de agua. De la ducha sale un chorrito maldito de agua que sólo sirve para quitarme
del pelo el limón que uso como champú, porque los pocos pesos que gano apenas
me alcanzan para comer. Pero bueno, así vivimos sin nadie que esté pendiente de
nosotros, mas que los pocos perros callejeros que vienen en busca de nuestras
sobras. Fue esta vida mezquina la que me llevó a conocer a Lola
Lola, como se
hacía llamar, tenia un cuerpazo. Era alta y flaca pero con flamantes curvas en
las caderas. Tenía una piel perfecta, un
bronceado espectacular, y su elegancia recubierta con lo que ella llamaba su
“vestidito nocturnal”.
A los Yumas,
que es como se conocen los extranjeros en Cuba, los atraía con su caminar
contorneado y con su mirada sensual. Lola era una jinetera fina y solicitada en
la Habana por visitantes adinerados. Pero su condición “privilegiada” no la
protegía de terminar en la jaula, con las otras prostitutas, tras una redada
policial.
El viaje en
la jaula era un deshonor. Podía también
ser una experiencia particularmente traumática si el viaje terminaba en uno de
los “sanitarios” institucionalizados por el gobierno para ‘purificar’ a las que
habían sido infectadas… o mejor dicho, para disuadirlas de su vida callejera. Una
madrugada, Lola fue llevada a uno de
estos sanitarios, a las afueras de la ciudad, donde pasó tres días en
condiciones denigrantes. Allí tuvo que desplumar gallinas muertas, recoger
basura y limpiar baños asquerosos, salpicados con excrementos humanos. Todo esto para quedar más “limpia”. ¡Te pone a pensar!
De vuelta en
Habana, pavoneándose por el Malecón, conoció
a Pierre, El Gringo, un sujeto solitario quien se empecinó con Lola
desde el momento en que la conoció. Ella
desconocía el índole de sus frecuentes viajes que tan convenientemente le
permitian comercializar su cuerpo sin afectar su oficio diurno. Era una
relación tolerable, sin ataduras sentimentales, ideal para redondear su
ingreso. Los baños de burbujas en agua tibia y las velas encendidas alrededor
de la bañera era unan realidad mágica a la que ella nunca lograría
acostumbarse.. “Este yuma, que bruto!” Le costaba justificar en su mente el
aprovecharse de él de esa manera. Imagínate, ¡ella la oportunista! pero, ¿cómo
convences a una chica en sus condiciones que ella vale más que un baño de
burbujas?
Un día Lola
le confesó a Pierre que esa sería su última velada. Primero incrédulo, luego
suplicante y finalmente encolerizado le gritó y la insultó al tiempo que
escupía en su cara con desprecio. Lola
trató de mantener la calma. No le
convenía atraer la atención, principalmente la de las autoridades.
No opuso
resistencia a las insultos ni a los violentos puñetazos que parecían venir de
todos los costados. De a ratos
recuperaba la conciencia, pero no tenia
el tiempo ni la fuerza para reaccionar.
Alcanzaba a ver la silueta de su
agresor que aparecía y desaparecía rítmicamente. Su cuerpo adormecido del dolor
se desplomó en el suelo. Lola sentía la tibia sangre correr sobe su cara, y un objeto pequeño y sólido que obstruía su
respiración. No lo quiso tragar. Sabía perfectamente
que era uno de sus dientes.
Esa noche
Lola dejó de existir.
Recuerdo claramente
como se fue cicatrizando cada surco de su cara, dejando marcas que corren a lo largo de su cachete. Las
cicatrices han tomado más tiempo de lo normal en curarse, pero nadie le ha comentado nada.
La batalla
habitual por sobrevivir ha hecho que mis días aquí sean largos y atareados, con
un volumen alto de turistas que llegan al consultorio con todo tipo de
afecciones.
Ese día Patricia,
una de mis asistentes, se me acercó con cara de preocupación.
- “Dra. Ana,
aquí tengo unos resultados que llegaron hace más de un mes, pero recién ha
vuelto el señor a recogerlos”.
Al mirar a
los resultados entendí de inmediato la preocupación de Patricia. No todos los
días tienes que explicarle a un paciente que tienen SIDA. Leí los resultados de
nuevo y un sudor frio corrió por mi frente. Ahora era Patricia la que no entendía la
angustia que se reflejaba en mi rostro.
-“Está en el
segundo cuarto Dra. Ana”
Caminé
apurada por el pasillo y me detuve de súbito frente al cuarto No. 2. Me aclaré
la garganta y abrí la puerta “
-¿Señor Dion?”
El hombre me miro y palideció ante mis ojos.
-“Señor
Pierre Dion”, repetí.
-“¿Lola?”.-
atinó decir.
Ese día le dí
a Pierre sus resultados y por primera vez las malas noticias a un paciente
afectaba tan directamente mi propia vida.. Cuando decidí ser jinetera para
ganar una poca más de luca, nunca pensé que tendría que pagar con mi propia
vida. Las noches de insomnio se hacean interminables. Las sabanas empapadas de
sudor me producen escalofríos. Cada día estoy más débil. Cada mañana pienso que ése será mi último día.
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