jueves, 7 de mayo de 2020

LA DOCTORA CUBANA Y LA JINETERA por Olga Carrera


LA DOCTORA CUBANA Y LA JINETERA 
Por Olga Carrera


- Aquí en Cuba no se vive ¡se sobrevive!. Comencé a trabajar como doctora a los veintiocho años. A mi esposo, quien también es doctor, lo mandaron al a trabajar por un año a Venezuela, donde supuestamente hace falta atención médica. Eso fue hace cinco años, ¿Sabes? Teníamos apenas unos meses de casados. Me imagino que fue por eso que se lo consideraron un buen candidato; al tener esposa tendría una buena razón para regresar. Pero no fue así.

Así que, quedé aquí sola, en mi miseria.  A mis alrededores veo sólo las paredes de concreto que forman mi consultorio. El hospital, casi podrido por fuera, es deprimente también por dentro.  Los equipos son antiguos, de los años setenta. Aquí veo todo tipo de casos. No te imaginas la cantidad de turistas que llegan insaolados y abatidos por del calor. Son prácticamente los únicos que pueden llevar su receta a la botica y comprar su medicina.

Son casos como el de Juliana que más me entristecen.  Habían pasado tres meses desde la ultima vez que la vi. Nuestro encuentro fue corto. “Doctora Ana” me dijo, “La ultima vez que vine me dolió un poco y ¡sangré por tres días!, ¿Crees que esta vez lo puedes hacer con más cuidado?”.  -“Claro que sí Julianita”.  Echada en la cama, le metí la “aspiradora” y con mucho cuidado le limpié su estomaguito.  Julianita apenas tiene catorce años. La primera vez que se enteraron en el colegio de que tenía la regla retrasada, me la mandaron a mí. Tenía doce años, chibolita era.  Su mamá decidió aprovechar este programa institucionalizado en los colegios, al fin y al cabo Julianita ya no era ‘señorita’.

Vivo en una casa miserable con mi ex suegra.  Al baño no le funciona el tanque, sino el tobo de agua. De la ducha sale un chorrito maldito de agua que sólo sirve para quitarme del pelo el limón que uso como champú, porque los pocos pesos que gano apenas me alcanzan para comer. Pero bueno, así vivimos sin nadie que esté pendiente de nosotros, mas que los pocos perros callejeros que vienen en busca de nuestras sobras. Fue esta vida mezquina la que me llevó a conocer a Lola

Lola, como se hacía llamar, tenia un cuerpazo. Era alta y flaca pero con flamantes curvas en las caderas.  Tenía una piel perfecta, un bronceado espectacular, y su elegancia recubierta con lo que ella llamaba su “vestidito nocturnal”. 
A los Yumas, que es como se conocen los extranjeros en Cuba, los atraía con su caminar contorneado y con su mirada sensual. Lola era una jinetera fina y solicitada en la Habana por visitantes adinerados. Pero su condición “privilegiada” no la protegía de terminar en la jaula, con las otras prostitutas, tras una redada policial.

El viaje en la jaula era un deshonor.  Podía también ser una experiencia particularmente traumática si el viaje terminaba en uno de los “sanitarios” institucionalizados por el gobierno para ‘purificar’ a las que habían sido infectadas… o mejor dicho, para disuadirlas de su vida callejera. Una madrugada,  Lola fue llevada a uno de estos sanitarios, a las afueras de la ciudad, donde pasó tres días en condiciones denigrantes. Allí tuvo que desplumar gallinas muertas, recoger basura y limpiar baños asquerosos, salpicados con excrementos humanos.  Todo esto para quedar más “limpia”.  ¡Te pone a pensar!

De vuelta en Habana, pavoneándose por el Malecón, conoció  a Pierre, El Gringo, un sujeto solitario quien se empecinó con Lola desde el momento en que la conoció.  Ella desconocía el índole de sus frecuentes viajes que tan convenientemente le permitian comercializar su cuerpo sin afectar su oficio diurno. Era una relación tolerable, sin ataduras sentimentales, ideal para redondear su ingreso. Los baños de burbujas en agua tibia y las velas encendidas alrededor de la bañera era unan realidad mágica a la que ella nunca lograría acostumbarse.. “Este yuma, que bruto!” Le costaba justificar en su mente el aprovecharse de él de esa manera. Imagínate, ¡ella la oportunista! pero, ¿cómo convences a una chica en sus condiciones que ella vale más que un baño de burbujas? 

Un día Lola le confesó a Pierre que esa sería su última velada. Primero incrédulo, luego suplicante y finalmente encolerizado le gritó y la insultó al tiempo que escupía en su cara con desprecio.  Lola trató de mantener la calma.  No le convenía atraer la atención, principalmente la de las autoridades. 

No opuso resistencia a las insultos ni a los violentos puñetazos que parecían venir de todos los costados.  De a ratos recuperaba la conciencia,  pero no tenia el tiempo ni la fuerza para reaccionar. 
Alcanzaba a ver la silueta de su agresor que aparecía y desaparecía rítmicamente. Su cuerpo adormecido del dolor se desplomó en el suelo. Lola sentía la tibia sangre correr sobe su cara, y un  objeto pequeño y sólido que obstruía su respiración. No lo quiso tragar.  Sabía perfectamente que era uno de sus dientes. 

Esa noche Lola dejó de existir.

Recuerdo claramente como se fue cicatrizando cada surco de su cara, dejando marcas  que corren a lo largo de su cachete. Las cicatrices han tomado más tiempo de lo normal en curarse,  pero nadie le ha comentado nada.

La batalla habitual por sobrevivir ha hecho que mis días aquí sean largos y atareados, con un volumen alto de turistas que llegan al consultorio con todo tipo de afecciones.

Ese día Patricia, una de mis asistentes, se me acercó con cara de preocupación.

- “Dra. Ana, aquí tengo unos resultados que llegaron hace más de un mes, pero recién ha vuelto el señor a recogerlos”. 

Al mirar a los resultados entendí de inmediato la preocupación de Patricia. No todos los días tienes que explicarle a un paciente que tienen SIDA. Leí los resultados de nuevo y un sudor frio corrió por mi frente.  Ahora era Patricia la que no entendía la angustia que se reflejaba en mi rostro. 

-“Está en el segundo cuarto Dra. Ana” 

Caminé apurada por el pasillo y me detuve de súbito frente al cuarto No. 2. Me aclaré la garganta y abrí la puerta “

-¿Señor Dion?” El hombre me miro y palideció ante mis ojos.

-“Señor Pierre Dion”, repetí. 

-“¿Lola?”.- atinó decir.

Ese día le dí a Pierre sus resultados y por primera vez las malas noticias a un paciente afectaba tan directamente mi propia vida.. Cuando decidí ser jinetera para ganar una poca más de luca, nunca pensé que tendría que pagar con mi propia vida. Las noches de insomnio se hacean interminables. Las sabanas empapadas de sudor me producen escalofríos. Cada día estoy más débil.  Cada mañana pienso que ése será mi último día.

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