VOLVER A NACER… VOLVER A VIVIR
Por Olga Carrera
-Yo, Isabel, te acepto a ti, Isidro, como mi esposo y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la
salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Lágrimas de emoción
corrían libremente por mis mejillas. Acababa de profesar mi promesa de amor,
fidelidad y respeto al hombre que el destino había puesto en mi camino para ser
mi marido…
Escuchaba ahora sus
palabras prometiéndome a su vez fidelidad –sí, había escuchado bien- fidelidad en las alegrías y en las penas, en
la salud y en la enfermedad. Me distraje por un momento, pero alcancé
a escuchar la última frase pronunciada por el sacerdote:
-Lo que Dios ha unido, nunca lo separe el hombre.
Conocí a Isidro en un
grupo de voluntariado. La atracción fue instantánea. Amor a primera
vista, para ser precisos. Por mi mente y por mi corazón pasaban pensamientos
conflictivos. Estaba allí con el propósito de participar en una labor
social. Nuestra ayuda era crucial para remediar tantas necesidades que
agobiaban a otros jóvenes menos privilegiados...
Pero en realidad mi
participación era solamente una excusa para poder verlo a la salida del
colegio. Sentía la atracción de un imán gigante.
La idea de casarnos fue
básicamente la solución a una situación que nosotros mismos habíamos
creado. Éramos muy jóvenes y nos habíamos dejado llevar por el ímpetu, no
por la razón. La semilla de vida que había sido engendrada en mi vientre
crecía rápidamente y había que hacer algo pronto para evitar el qué
dirán. Fue una decisión rápida que nuestros padres aprobaron sin
cuestionar.
Así comenzó uno de tantos
matrimonios destinados de antemano a fracasar.
Poco después del
nacimiento de María Elena, las cosas comenzaron a deteriorarse. Isidro
tenía poco interés en mí o en la niña. Nuestra hija era mi problema, él
se lavaba las manos como Pilatos. Tenía muchos otros intereses fuera de
lo que yo quería continuar llamando nuestro
hogar. Me negaba a jugar el papel de esposa celosa, pero sabía que
esa promesa de fidelidad había sido quebrantada hacía un buen tiempo.
Ahora solamente pensaba en lo sola que me sentía y en lo difícil que era ser
una madre soltera dentro del matrimonio. Nuestra vida era una batalla en campo
abierto.
Isidro decidió
separarse de nosotras. Un buen día preparó un par de maletas y se largó.
Nuestro matrimonio, sin lugar a dudas, estaba muy lejos de ser un matrimonio
ejemplar. Comenzó por razones equivocadas y terminó sin consideraciones
de ningún tipo. No hubo reflexiones, terapistas, consejos… Simplemente
terminó.
Ya era muy tarde para
retroceder. Ahora tenía bajo mi responsabilidad una criaturita que
requería lo mejor de mi persona. No importa cómo me sintiera por dentro,
por afuera tenía que ser fuerte, protegerla, educarla y quererla con todo mi
corazón.
¡La historia de mi amiga Rosa
María fue muy diferente! Parecía que todas las estrellas se habían
alineado para ampararla… o quién sabe si ella tenía conexiones directas con el
cielo. Todo lo que ella hacía le salía bien. Se casó varios años
después que yo con un hombre que solamente se encuentra en las novelas de amor:
Apuesto, amable, responsable y enamorado de ella. Tuvieron dos
niños: hermosos, inteligentes, cariñosos. En eso se parecían a mi
niña.
Un verano, fuimos todos de
campamento a las orillas de un hermoso lago, al norte de la ciudad.
Sentadas en nuestras sillas de extensión, observábamos distraídamente cómo
nuestros hijos unían sus esfuerzos para preparar una fogata. Era
increíble lo rápido que habían crecido. Mi pequeña María Elena ya estaba
entrando en la pubertad y había dado un gran estirón. Parecía aún más madura
comparada con la estatura de los hijos de mi amiga.
Rosa María comenzó a
reflexionar sobre cómo la vida nos va llevando por rumbos inesperados.
-Tenemos cierto control
sobre nuestras vidas – decía mientras se le perdía la mirada en el horizonte de
ese lago inmenso- pero hay tantas cosas que uno no tiene idea de cómo se
van a cruzar en nuestro camino. Después de varios ejemplos sobre
situaciones buenas y malas, sobre retos superados y obstáculos por superar,
Rosario afirmó con plena confianza en sus palabras:
- Si yo tuviera que volver
a nacer, no quisiera cambiar nada sobre mi vida. Los retos me han ayudado a
crecer y las experiencias buenas me han llenado de grandes
satisfacciones. Si tuviera que vivir mi vida otra vez, me casaría de
nuevo con el mismo hombre y volvería a tener los mismos
hijos...
Escuché a amiga con
atención y reflexioné sobre mi propia existencia.
-¿Qué cambiaría yo si
pudiera volver a nacer?
La historia de mi vida
pasó frente a mí con la claridad de una película. Había tomado tantas
decisiones impulsivas que marcaron mi destino. Había cometido tantos
errores que viraron el curso de mi vida por caminos difíciles. Tanta
soledad, tanta escasez económica. Tantos retos como madre, educando sola
a mi hija, sin una segunda opinión, sin un padre que velara también por ella.
Mientras estos
pensamientos ocupaban mi mente, observé como mi querida María Elena
cantaba victoria por haber logrado levantar la llama de su fogata.
Finalmente, con absoluta
convicción, afirmé:
- Si yo tuviera que volver
a nacer, tampoco cambiaría nada sobre mi vida. Cometería los mismos
errores y volvería a casarme con el mismo hombre.
Rosa María me miró
sorprendida.
-¿Hablas en serio? – Me
dijo- ¿Volverías a casarte con Isidro?
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