miércoles, 15 de abril de 2020

VOLVER A NACER… VOLVER A VIVIR por Olga Carrera

VOLVER A NACER… VOLVER A VIVIR  

Por Olga Carrera

-Yo, Isabel, te acepto a ti, Isidro, como mi esposo y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida. 
Lágrimas de emoción corrían libremente por mis mejillas. Acababa de profesar mi promesa de amor, fidelidad y respeto al hombre que el destino había puesto en mi camino para ser mi marido… 

Escuchaba ahora sus palabras prometiéndome a su vez fidelidad –sí, había escuchado bien- fidelidad en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad.  Me distraje por un momento, pero alcancé a escuchar la última frase pronunciada por el sacerdote:

-Lo que Dios ha unido, nunca lo separe el hombre. 

Conocí a Isidro en un grupo de voluntariado. La atracción fue instantánea.  Amor a primera vista, para ser precisos. Por mi mente y por mi corazón pasaban pensamientos conflictivos.  Estaba allí con el propósito de participar en una labor social.  Nuestra ayuda era crucial para remediar tantas necesidades que agobiaban a otros jóvenes menos privilegiados...

Pero en realidad mi participación era solamente una excusa para poder verlo a la salida del colegio. Sentía la atracción de un imán gigante. 

La idea de casarnos fue básicamente la solución a una situación que nosotros mismos habíamos creado.  Éramos muy jóvenes y nos habíamos dejado llevar por el ímpetu, no por la razón.  La semilla de vida que había sido engendrada en mi vientre crecía  rápidamente y había que hacer algo pronto para evitar el qué dirán. Fue una decisión rápida que nuestros padres aprobaron sin cuestionar.   

Así comenzó uno de tantos matrimonios destinados de antemano a fracasar. 
Poco después del nacimiento de María Elena, las cosas comenzaron a deteriorarse. Isidro tenía poco interés en mí o en la niña.  Nuestra hija era mi problema, él se lavaba las manos como Pilatos.  Tenía muchos otros intereses fuera de lo que yo quería continuar llamando nuestro hogar. Me negaba a jugar el papel de esposa celosa, pero sabía que esa promesa de fidelidad había sido quebrantada hacía un buen tiempo.  Ahora solamente pensaba en lo sola que me sentía y en lo difícil que era ser una madre soltera dentro del matrimonio. Nuestra vida era una batalla en campo abierto. 

Isidro decidió separarse de nosotras. Un buen día preparó un par de maletas y se largó.  Nuestro matrimonio, sin lugar a dudas, estaba muy lejos de ser un matrimonio ejemplar.  Comenzó por razones equivocadas y terminó sin consideraciones de ningún tipo.  No hubo reflexiones, terapistas, consejos… Simplemente terminó. 

Ya era muy tarde para retroceder.  Ahora tenía bajo mi responsabilidad una criaturita que requería lo mejor de mi persona.  No importa cómo me sintiera por dentro, por afuera tenía que ser fuerte, protegerla, educarla y quererla con todo mi corazón. 

¡La historia de mi amiga Rosa María fue muy diferente!  Parecía que todas las estrellas se habían alineado para ampararla… o quién sabe si ella tenía conexiones directas con el cielo.  Todo lo que ella hacía le salía bien. Se casó varios años después que yo con un hombre que solamente se encuentra en las novelas de amor: Apuesto, amable, responsable y enamorado de ella. Tuvieron dos niños: hermosos, inteligentes, cariñosos.  En eso se parecían a mi niña. 

Un verano, fuimos todos de campamento a las orillas de un hermoso lago, al norte de la ciudad.  Sentadas en nuestras sillas de extensión, observábamos distraídamente cómo nuestros hijos unían sus esfuerzos para preparar una fogata.  Era increíble lo rápido que habían crecido.  Mi pequeña María Elena ya estaba entrando en la pubertad y había dado un gran estirón. Parecía aún más madura comparada con la estatura de los hijos de mi amiga.

Rosa María comenzó a reflexionar sobre cómo la vida nos va llevando por rumbos inesperados. 

-Tenemos cierto control sobre nuestras vidas – decía mientras se le perdía la mirada en el horizonte de ese lago inmenso-  pero hay tantas cosas que uno no tiene idea de cómo se van a cruzar en nuestro camino.  Después de varios ejemplos sobre situaciones buenas y malas, sobre retos superados y obstáculos por superar, Rosario afirmó con plena confianza en sus palabras:

- Si yo tuviera que volver a nacer, no quisiera cambiar nada sobre mi vida. Los retos me han ayudado a crecer y las experiencias buenas me han llenado de grandes satisfacciones.  Si tuviera que vivir mi vida otra vez, me casaría de nuevo con el mismo hombre y volvería a tener los mismos hijos...  

Escuché a amiga con atención y reflexioné sobre mi propia existencia. 

-¿Qué cambiaría yo si pudiera volver a nacer?

La historia de mi vida pasó frente a mí con la claridad de una película. Había tomado tantas decisiones impulsivas que marcaron mi destino.  Había cometido tantos errores que viraron el curso de mi vida por caminos difíciles.  Tanta soledad, tanta escasez económica.  Tantos retos como madre, educando sola a mi hija, sin una segunda opinión, sin un padre que velara también por ella.

Mientras estos pensamientos ocupaban mi mente, observé como mi querida María Elena cantaba victoria por haber logrado levantar la llama de su fogata.

Finalmente, con absoluta convicción, afirmé:

- Si yo tuviera que volver a nacer, tampoco cambiaría nada sobre mi vida.  Cometería los mismos errores y volvería a casarme con el mismo hombre. 

Rosa María me miró sorprendida. 

-¿Hablas en serio? – Me dijo- ¿Volverías a casarte con Isidro? 

- ¡Hablo en serio!- le contesté-  ¡Sí!  Definitivamente volvería a casarme otra vez con él, si eso me garantiza volver a tener la misma hija que tanto amo

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