lunes, 13 de abril de 2020

NO ES SUFICIENTE PEDIR PERDÓN por Olga Carrera


NO ES SUFICIENTE PEDIR PERDÓN

Por Olga Carrera

Había sido un día terrible en la oficina.  Todos los clientes se confabularon para quejarse al mismo tiempo.  Y su jefe, ¡estúpido jefe!  ¿Cómo osaba hacerla responsable por errores que él mismo había cometido?

El calor y la contaminación eran asfixiantes. El tráfico intolerable. La autopista parecía un estacionamiento gigantesco. Aún sin dejar atrás las preocupaciones del trabajo, Marisela comenzó a inquietarse con los asuntos familiares: Sabía que no llegaría a tiempo al jardín de infancia, para recoger a Jorgito.  Ni tampoco llegaría a tiempo para recoger a Alejandra de su clase de artes marciales. Para colmo, había olvidado cargar las baterías del teléfono celular.  Ni siquiera podía hacer una breve llamada para disculparse… por quinta vez en lo que iba de mes.

La frustración fue creciendo.  El dolor de cabeza comenzó en la frente y ahora parecía haberse instalado en su cerebro.

- Jorgito está quebrantado- fueron las palabras de bienvenida que recibió en la guardería- Por favor no lo traigas mañana.  Ya sabes Marisela,  hay que evitar contagiar a los otros niños.

Marisela presionó suavemente la frente del chiquillo contra su mejilla...  En efecto, su temperatura parecía algo más que un simple quebranto. Jorgito se acurrucó en los brazos de su madre y cerró sus pesados párpados.

-Señora Marisela- la recibieron igualmente en el estudio de Kung Fu- por favor haga un esfuerzo para llegar a tiempo…

En la soledad del fondo del gran salón, con su uniforme blanco y cinturón rojo, la esperaba pacientemente su hija Alejandra.  A veces pareciera imposible balancear las responsabilidades del trabajo y del hogar. Marisela se sentía arrastrada hacia dos esquinas opuestas. Ambas demandaban de ella toda su atención y entrega incondicional.

-¿Qué haré mañana con Jorgito?  No puedo faltar al trabajo.

Ya en casa, pensó en sus opciones. Llamaría a su mamá.  Doña Carmen siempre estaba dispuesta a ayudar con los nietos… ¡No! ¡Ya le había pedido varias veces este mes!  Quizás la vecina…  Levantó el auricular. Seguía ensimismada en sus problemas, cuando Alejandra la sacó bruscamente de sus pensamientos.

- Mami, mami -gritaba la niña desde su cuarto- ¿puedes ayudarme con mis tareas de matemática?

Marisela colgó el auricular, sin haber terminado de discar, y se dirigió a la habitación de su hija.  La niña se había cambiado de ropa y dejando el uniforme de Kun Fu tirado desordenadamente sobre cama; su mochila de libros en el piso;  sus lápices de colores regados sobre el pequeño escritorio de madera…

Marisela se ofuscó y, entrando en una incontrolable cólera, descargó en un segundo sobre la pequeña todas las tensiones de las últimas horas. Le gritó con furia, como tantas veces hacía cuando su paciencia llegaba al límite. Le exigió con rigor que recogiera y que no viniera con preguntas tontas hasta que hiciera el intento de resolver sus problemas sola.
-¿Para qué está la maestra?- le preguntó-  ¿Acaso no te explicó lo que tenías que hacer?

Alejandra quedó sola en su dormitorio, temblando de miedo. Su afligido corazón latía a toda prisa, atormentado por un profundo sentimiento de culpabilidad. Un par de lágrimas recorrieron sus mejillas. Luego, recogió su cuarto a toda velocidad y regresó a sus tareas de matemática. El nudo de llanto se fue disipando en la medida que se concentraba en sus deberes escolares.  Cuando terminó, se acercó tímidamente a su madre.

- Perdón, mami.
- Ven aquí hija- Dijo Marisela abrazándola, visiblemente recuperada de su episodio de furia.  Sabía perfectamente que su violenta reacción no tenía justificación alguna.
- Dejé mi ropa tirada-  le recordó la niña
- Alejandrita…
- Sí mami…
- Mi vida…lo que pasó hoy…. -comenzó a decir, pero enseguida cambió de tema.
- Nada…Nada hija…  Ya es hora de dormir…

Marisela estuvo a punto de doblegar su orgullo y pedirle perdón a su hija, pero las palabras quedaron atrapadas en su garganta. Por un instante quiso dejar a un lado su papel de madre autoritaria. Quiso hablar con el corazón en la mano y hacerle entender a la niña que había sido un error gritarle; que aunque fuera pequeña merecía el respeto de las personas adultas…  especialmente el respeto de su propia madre…  Pero no pudo. Perdió esa oportunidad… Era muy difícil reconocer que los errores más graves los cometen los grandes, no los chicos.  Que son los mayores los que tienen que suplicar ser perdonados, no los niños…

Un día, después de mucho meditar sobre sus constantes agresiones verbales, Marisela finalmente  formuló las palabras que tantas veces había ensayado mentalmente.

- Alejandra…. ¡Perdóname!

La niña la miró confundida. Volvió a sentir ansiedad y congoja.
- Fue mi culpa mami… Soy muy desordenada -dijo con remordimiento- Te prometo no hacerte poner furiosa otra vez.

Marisela entendió que no iba a ser suficiente pedir perdón…

Ignoraba qué tan profundas eran las heridas que había infringido en el alma de su niña... Y cuánto tiempo tardarían en cicatrizar.

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