martes, 21 de abril de 2020

TUVE HAMBRE Y ME DISTE DE COMER… por Olga Carrera


TUVE HAMBRE Y ME DISTE DE COMER…  

Por Olga Carrera


Aquel domingo, después de la misa,  Felicia se dedicó diligentemente a preparar el almuerzo para su familia: una gran olla de espaguetis y una suculenta salsa con carne.  Desde la ventana de la cocina, que daba directamente al enrejado jardín frontal, observó como tres niños, de entre cuatro y cinco años de edad, iban de casa en casa pidiendo limosna.  Nunca le gustó la idea de darle dinero a esos niños que invadían la urbanización los fines de semana, con sus caritas sucias, sus pies descalzos y  sus ropas harapientas. Estaba convencida de que el dinero no sería utilizado para llenar sus barriguitas vacías.

Ya su salsa con carne estaba reposando y ahora los tres chiquitos estaban justo frente a su puerta.  Pensó en darles comida, ya que había suficiente para todos, pero le pareció poco práctico.  No iba a ser fácil para ellos cargar con una lata de espaguetis con salsa.  Sabía que no eran de la zona y que la barriada más cercana estaba a por lo menos 20 minutos caminando.
Recordó el Evangelio de esa mañana:

Dijo Jesús: Porque tuve hambre y me diste de comer, estuve sediento y me diste de beber…

Por un momento le pasó por la cabeza la idea de hacer pasar a los chiquillos y servirles en la mesa.
Si hago eso- pensó- éste será el último fin de semana de tranquilidad en esta casa.  De aquí en adelante, vendrán directamente a mi puerta con todos sus familiares a pedir comida.  Tendremos comensales por años…

Lo que hagan  por uno de estos pequeños, por mí lo hacen...

-Qué cristiana tan egoísta soy.-Reflexionó, haciendo un reproche a sus propios pensamientos-   Me conmuevo en la iglesia escuchando el evangelio, pero soy incapaz de practicarlo.  Qué importa lo que pase el domingo entrante.  Hoy estos niños tienen hambre y yo voy a darles de comer.
No lo pensó más, salió al jardín y abrió la puerta de reja. Antes de formular pregunta alguna, los tenía a los tres pidiendo a coro. 

- Señora una limosnita. 
-¿Pan viejo tiene señora? 
-Por favor señora una ropita vieja…

Sus voces no parecían suplicantes.  Sonaba más bien como una cantaleta, como un guión aprendido y ensayado.  Seguramente habían repetido las mismas palabras en cada casa que habían visitado. 

- Tienen hambre?- les preguntó interrumpiendo la coral de ruegos.
Todos callaron al mismo tiempo y cruzaron miradas.
- Sí, dijo el mayor- tomando el papel de líder.
- Les gustan los espaguetis?- Indagó Felicia, a lo que todos asintieron con la cabeza.
- Pasen- les dijo-

Las puertas se abrieron ante ellos y después de titubear por unos segundos entraron en fila india.
Felicia les pidió que se lavaran las manos antes de comer.  Eso le daría tiempo para servir la mesa. 

Desde la cocina podía escuchar sus risitas nerviosas, mezcladas con el ruido del correr del agua.  Se acercó para ver cómo iba todo y pensó que era tarea casi imposible que esas manos quedaran limpias.  Por sus bracitos ahora chorreaba agua sucia, producto de la mezcla de agua, jabón y tierra. El lavamanos  necesitaba una seria limpieza.  Felicia les ayudó a asearse un poco mejor y a secarse las manos.
Se sentaron los tres a la mesa. Guardando absoluto silencio, se comunicaban  entre sí con miradas de picardía y reprimían la risa en sus gargantas.  Estaban viviendo una verdadera aventura.

Los platos colmados de espaguetis con carne acapararon totalmente su atención. Se concentraron en devorar la comida, sin etiqueta de ningún tipo… el objetivo era comer y saciar esas pancitas desacostumbradas a grandes cantidades de alimento.
Las servilletas no fueron tocadas.  Se limpiaban la boca con el antebrazo.

Al finalizar su comida, corrieron alborotados hacia la puerta de salida.  Tras su partida, Felicia pasó de nuevo el seguro a la reja principal observando como se alejaban, empujándose uno al otro y haciendo juegos de mano.  No volvieron sus cabezas para despedirse.  

Simplemente desaparecieron de su vista al doblar en la primera esquina.

Contrario a lo que Felicia  había pronosticado, los niños no regresaron el domingo siguiente…Ni tampoco el domingo de arriba… ni tampoco el de más arriba.

Nunca más los vio.

Es posible- elucubró Felicia- que mis espaguetis no hayan estado tan ricos y que por eso no hayan vuelto…. Pero también es posible que esos niños hayan representado al mismo Jesús y que hayan sido puestos en mi camino para poner a prueba de mi sentido de compromiso cristiano. Cualquiera fuera la respuesta, se alegró de haber tomado la decisión correcta.  

-Ellos tenían hambre y les di de comer…

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