ENCUENTRO CON EL CREADOR
Por Olga Carrera
-Tengo mucho miedo- me confesó mi padre postrado en su
lecho de enfermo.
Siendo yo el hermano mayor, llevaba sobre mis hombros la
responsabilidad de mantenerme fuerte ante la inminente realidad de su partida.
Mis hermanas, ya agotadas durante su larga y penosa enfermedad, se dejaban
llevar por las emociones y les era difícil ofrecerle también fortaleza
espiritual.
- ¿A qué le temes?- pregunté con interés
-¡Pienso que me voy a morir!
Mi padre fue siempre el estandarte de la familia. Había
levantado a siete hijos a quienes brindó educación, vivienda, vestido e inculcó
los mismos principios religiosos que había recibido de sus padres.
- ¿Por qué piensas en esas cosas? –pregunté evadiendo la
realidad.
- Ustedes no han querido decirme nada, pero yo sé lo que
tengo. No soy tan tonto. Si me llevan al
hospital oncológico, crees que ya no me haya dado cuenta de que lo que tengo es
cáncer.
¡Estaba en lo cierto!.
Habíamos querido disimular la noticia para no angustiarlo, pero todos
sabíamos que su cáncer había hecho metástasis y que comenzaba a extenderse por
otros órganos.
- Y ¿A qué
particularmente le tienes miedo? – indagué con la intención de aclarar
las ideas en su mente y en la mía.
- Pienso que ustedes me van a extrañar y que van a sufrir
mucho cuando yo me vaya.
-¿Sufrir? ¿Extrañarlo?- pensé en mis adentros- esas palabras se quedan cortas.
Éste hombre pálido y flaco que yacía frente a mí, había
vivido una vida ejemplar. Había dado de sí lo que no tenía para ayudar a
otros. ¿Cómo no se le iba a extrañar?
¿Cómo no llorar su partida?. No solamente sus hijos íbamos a extrañarlo, sino
toda persona que se había dejado inspirar por su humildad, generosidad y por su
integridad personal. Su misión en la vida siempre fue muy clara: servir a Dios
y a su prójimo.
Proveniente de un humilde pueblito de pastores, en Portugal,
dedicó muchas horas de su niñez y de su juventud pastoreando a sus ovejas,
mientras leía con gran interés sobre la vida de todo santo imaginable. Luego dedicó el resto de su vida a poner en
práctica lo que había aprendido en aquellas historias.
Ahora, al final de sus días, tenía miedo a morirse.
-Papá -dije, decidido a afrontar el tema sin titubeos-
por supuesto que vamos a sufrir si te vas y por supuesto que vamos a extrañarte
mucho. Pero tú no tienes control sobre eso.
Es solamente natural que la gente sufra y llore cuando un ser querido se
va. ¿Te acuerdas cómo lloraste la
partida de nuestra madre?
- Sí – me dijo pensativo- lo recuerdo.
Mamá había fallecido cuatro años atrás y todos pensamos
que papá no duraría un par de meses.
Pero no fue así. Se llenó de fortaleza
y continuó con las mismas actividades que siempre habían ocupado sus
días: la iglesia y los pobres. Sí, sus
pobres... Nunca los defraudó.. El que iba a su puerta a pedir salía siempre con
algo... Ya fuera ropa usada, una comida caliente o una sencilla colaboración
monetaria... Desde chico, observé como
papá se aseguraba de llevar un monedo a misa.
En ruta hacia la iglesia repartía moneditas a los pobres que encontraba
en su camino. Ya ancianito y enfermo, y ahora con el paso lento y cansado, continuaba
su rutina de repartir limosna camino a su misa dominical. Sólo Dios sabe si esa
módica colaboración resolvía algo en la vida de los pobres. Con certeza recibieron cariño,
solidaridad y compasión. Así entendió él la caridad.
- ¿Piensas que hubieses podido evitar llorar a mi madre?
- No – me dijo- eso hubiese sido imposible. Uno no puede
controlar esas cosas.
- Entonces sí me entiendes. Sabes muy bien que si
tuvieras que irte, mucha gente te lloraría.
No creo que sea eso a lo que le temes!.
Qué otra cosa te da miedo?
- No lo sé -me dijo un poco confundido- Me preocupa qué
va a pasar después.
- Aquí o en el más allá? –insistí con mis preguntas.
- ¡Pienso que allá!
- Papá- le dije con la plena seguridad de que ya todo
estaba claro en mi mente- Por qué vas a tener miedo de lo que vas a encontrar
allá. Siempre nos enseñaste que después
de esta vida viene el premio, la recompensa, la vida eterna al lado de Dios.
Has sido un buen cristiano y todos los sacrificios que has hecho han sido en
nombre de Dios. Todo eso con la finalidad de algún día comenzar una vida nueva,
sin sufrimientos, sin un cuerpo que nos pese, solamente el espíritu.
Hubo un largo silencio y finalmente fijó sus ojos
vidriosos en los míos.
-Tienes razón hijo.
No lo había visto de esa manera.
Era evidente que ante la inminencia de su muerte, mi
padre había perdido la perspectiva de la realidad y había dejado sobrecogerse
por un temor infundado.
Dos meses más tarde cerró los ojos y prefirió no
despertar. Le había llegado la hora de encontrarse
con su Creador.
recordé los últimos días de papi... su gran agonía y temor era dejarnos... Te quiero papá
ResponderBorrarSi. Totalmente... yo también recordé a papi.
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