sábado, 18 de abril de 2020

ENCUENTRO CON EL CREADOR por Olga Carrera


ENCUENTRO CON EL CREADOR 

Por Olga Carrera

-Tengo mucho miedo- me confesó mi padre postrado en su lecho de enfermo.
Siendo yo el hermano mayor, llevaba sobre mis hombros la responsabilidad de mantenerme fuerte ante la inminente realidad de su partida. Mis hermanas, ya agotadas durante su larga y penosa enfermedad, se dejaban llevar por las emociones y les era difícil ofrecerle también fortaleza espiritual.

- ¿A qué le temes?- pregunté con interés
-¡Pienso que me voy a morir!

Mi padre fue siempre el estandarte de la familia. Había levantado a siete hijos a quienes brindó educación, vivienda, vestido e inculcó los mismos principios religiosos que había recibido de sus padres.

- ¿Por qué piensas en esas cosas? –pregunté evadiendo la realidad.
- Ustedes no han querido decirme nada, pero yo sé lo que tengo. No soy tan tonto.  Si me llevan al hospital oncológico, crees que ya no me haya dado cuenta de que lo que tengo es cáncer.
¡Estaba en lo cierto!.  Habíamos querido disimular la noticia para no angustiarlo, pero todos sabíamos que su cáncer había hecho metástasis y que comenzaba a extenderse por otros órganos.

- Y ¿A qué  particularmente le tienes miedo? – indagué con la intención de aclarar las ideas en su mente y en la mía.
- Pienso que ustedes me van a extrañar y que van a sufrir mucho cuando yo me vaya.
-¿Sufrir? ¿Extrañarlo?- pensé en mis adentros-  esas palabras se quedan cortas. 

Éste hombre pálido y flaco que yacía frente a mí, había vivido una vida ejemplar. Había dado de sí lo que no tenía para ayudar a otros.  ¿Cómo no se le iba a extrañar? ¿Cómo no llorar su partida?. No solamente sus hijos íbamos a extrañarlo, sino toda persona que se había dejado inspirar por su humildad, generosidad y por su integridad personal. Su misión en la vida siempre fue muy clara: servir a Dios y a su prójimo.

Proveniente de un humilde pueblito de pastores, en Portugal, dedicó muchas horas de su niñez y de su juventud pastoreando a sus ovejas, mientras leía con gran interés sobre la vida de todo santo imaginable.   Luego dedicó el resto de su vida a poner en práctica lo que había aprendido en aquellas historias.

Ahora, al final de sus días, tenía miedo a morirse.

-Papá -dije, decidido a afrontar el tema sin titubeos- por supuesto que vamos a sufrir si te vas y por supuesto que vamos a extrañarte mucho. Pero tú no tienes control sobre eso.  Es solamente natural que la gente sufra y llore cuando un ser querido se va.  ¿Te acuerdas cómo lloraste la partida de nuestra madre?
- Sí – me dijo pensativo- lo recuerdo.

Mamá había fallecido cuatro años atrás y todos pensamos que papá no duraría un par de meses.  Pero no fue así. Se llenó de fortaleza  y continuó con las mismas actividades que siempre habían ocupado sus días: la iglesia y los pobres.  Sí, sus pobres... Nunca los defraudó.. El que iba a su puerta a pedir salía siempre con algo... Ya fuera ropa usada, una comida caliente o una sencilla colaboración monetaria...  Desde chico, observé como papá se aseguraba de llevar un monedo a misa.  En ruta hacia la iglesia repartía moneditas a los pobres que encontraba en su camino. Ya ancianito y enfermo, y ahora con el paso lento y cansado, continuaba su rutina de repartir limosna camino a su misa dominical. Sólo Dios sabe si esa módica colaboración resolvía algo en la vida de los pobres.   Con certeza recibieron  cariño,  solidaridad y  compasión.  Así entendió él la caridad.

- ¿Piensas que hubieses podido evitar llorar a mi madre?
- No – me dijo- eso hubiese sido imposible. Uno no puede controlar esas cosas.
- Entonces sí me entiendes. Sabes muy bien que si tuvieras que irte, mucha gente te lloraría.  No creo que sea eso a lo que le temes!.  Qué otra cosa te da miedo?
- No lo sé -me dijo un poco confundido- Me preocupa qué va a pasar después.
- Aquí o en el más allá? –insistí con mis preguntas.
- ¡Pienso que allá!
- Papá- le dije con la plena seguridad de que ya todo estaba claro en mi mente- Por qué vas a tener miedo de lo que vas a encontrar allá.  Siempre nos enseñaste que después de esta vida viene el premio, la recompensa, la vida eterna al lado de Dios. Has sido un buen cristiano y todos los sacrificios que has hecho han sido en nombre de Dios. Todo eso con la finalidad de algún día comenzar una vida nueva, sin sufrimientos, sin un cuerpo que nos pese, solamente el espíritu.

Hubo un largo silencio y finalmente fijó sus ojos vidriosos en los míos.
-Tienes razón hijo.  No lo había visto de esa manera.

Era evidente que ante la inminencia de su muerte, mi padre había perdido la perspectiva de la realidad y había dejado sobrecogerse por un temor infundado.

Dos meses más tarde cerró los ojos y prefirió no despertar.  Le había llegado la hora de encontrarse con su Creador.

2 comentarios:

  1. recordé los últimos días de papi... su gran agonía y temor era dejarnos... Te quiero papá

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