miércoles, 15 de abril de 2020

EL REGALO DESINTERESADO por Olga Carrera

EL REGALO DESINTERESADO 


Por Olga Carrera

El teléfono repicaba insistentemente.  Amanda tenía sus manos pegadas a la masa y no podía atender.
- Pareciera que en esta casa todos están sordos” -pensó decepcionada. 

Se limpió la masa pegajosa con una toalla de papel y levantó el auricular con impaciencia. Sintió la voz de su amiga al otro lado del hilo.

-Hola Amanda- la escuchó sollozar -Se trata de Isabel. Está en el hospital y parece ser algo muy serio.

Sabía que Isabel estaría en el hospital ese fin de semana, para hacerse una intervención sencilla.

-Le fue bien en la operación –continuó la amiga- pero aparentemente un coágulo de sangre se desplazó hasta el corazón.  Ahora está inconsciente.
-       Gracias por avisarme- replicó Amanda, restándole importancia al sentido de urgencia transmitido por su amiga -  De pronto podríamos ponernos de acuerdo para visitarla cuando esté un poco más recuperada.
-       No entiendes- agrego la amiga-  Isabel esta muy mal.  Es posible que no se recupere. Hablé con su hijo… Están haciendo planes de funeral para la semana que viene.

Amanda no podía ni quería entender.  Cualquiera fuera la explicación científica, nada tenia sentido.  Isabel, su amiga querida, su consejera, su aliada estaba en estado vegetativo.  Su cerebro había muerto.  Su cuerpo se mantenía “enchufado” con la sola finalidad de mantener sus órganos en buen estado.  Su deseo de ser donante iba a ser cumplido al pie de la letra por sus familiares.

Olvidó la masa sobre el mesón.  El pan casero que había planeado preparar con tanto entusiasmo ya no tenía importancia.  Se desplomó en un sillón conteniendo el torrente de lágrimas que parecía originarse en su pecho oprimido. Soltó un grito de desconsuelo y luego guardó silencio. Dirigió su mirada inexpresiva a un florero de cerámica que le había regalado Isabel en las últimas navidades. Isabel no solamente era una buena amiga, era simplemente una buena persona. Ese tipo de personas que evitaba la controversia y abrazaba la conciliación. 

Se habían conocido diez años atrás cuando Amanda, recién llegada a la gran ciudad, fue contratada por la empresa donde trabajaba Isabel. Aún cuando sus compañeros de trabajo le dieron la bienvenida, fue Isabel quien tomó la iniciativa de apoyarla en esos momentos difíciles.  La  tomó bajo sus alas, la ayudó a adaptarse y  se encargó de familiarizarla con el trabajo y con el ambiente.   Amanda no tardó mucho en descubrir la calidad humana de esta mujer amable que de modo tan desinteresado entregaba su tiempo y compartía sus conocimientos.

Su amistad transcendió las paredes de la oficina.  Conversaban largamente los sábados sobre sus vidas y sus familias.  Amanda escuchó con interés los relatos de la vida dura que había vivido Isabel.  Un divorcio, después de treinta años de matrimonio, había sido topado con una tragedia aún más lamentable: la muerte prematura de su hijo adolescente.

Ambas mujeres eran cristianas.  Isabel era bautista y Amanda era católica.  Amanda disfrutó en una oportunidad  de escuchar la hermosa coral que se presentó en la pequeña iglesia bautista donde Isabel asistía al servicio dominical.   Isabel correspondió  acompañando a Amanda al templo católico un domingo de Palmas...


Aún tirada en el sillón, sin energías para seguir pensando, Amanda se negaba a aceptar la terrible realidad: Isabel moriría el día jueves de la semana siguiente.

Quiso rezar por su amiga pero hasta orar le resultaba confuso.  No tenía sentido pedir por su salud, porque sabía que iba a morir. Tampoco se sentía cómoda rezando por el descanso de su alma, porque su amiga aún no había fallecido.  Decidió enrumbar sus oraciones por la salud de aquellas personas que recibirían sus órganos.
  
En vida Isabel había hecho el bien sin esperar nada a cambio. Tras su muerte, sus órganos se convertirian en un regalo desinteresado que cambiaría la vida de más de cinco personas. Sus ojos le darían la vista a una niña ciega de nacimiento.  Dos personas diferentes se beneficiarían de sus riñones. Un padre de familia destinado a morir afixiado recibiría sus pulmones. El más afortunado, un muchacho de 16 años recibiría en su pecho el corazón de Isabel.

Finalmente Amanda regresó a la cocina.  La masa había crecido.  La golpeó con furia y la puso a crecer de nuevo.  Observó la tarjeta con la receta del pan.  En perfecta caligrafía, leía: RECETA DE PAN CASERO... De la cocina de Isabel Garrido. 

Guardaría esa receta como un tesoro. Cada bocado de pan le permitiría celebrar la vida de su amiga Isabel

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

En la ciudad de Pamplona

En la ciudad de Pamplona hay una plaza. En la plaza hay una esquina. En la esquina hay una casa. En la casa hay una pieza. En la pieza hay ...