EL
REGALO DESINTERESADO
Por
Olga Carrera
El teléfono repicaba
insistentemente. Amanda tenía sus manos
pegadas a la masa y no podía atender.
- “Pareciera que en
esta casa todos están sordos” -pensó decepcionada.
Se limpió la masa pegajosa con una
toalla de papel y levantó el auricular con impaciencia. Sintió la voz de su
amiga al otro lado del hilo.
-Hola Amanda- la escuchó sollozar -Se
trata de Isabel. Está en el hospital y parece ser algo muy serio.
Sabía que Isabel estaría en el hospital
ese fin de semana, para hacerse una intervención sencilla.
-Le fue bien en la operación –continuó
la amiga- pero aparentemente un coágulo de sangre se desplazó hasta el
corazón. Ahora está inconsciente.
- Gracias por
avisarme- replicó Amanda, restándole importancia al sentido de urgencia
transmitido por su amiga - De pronto
podríamos ponernos de acuerdo para visitarla cuando esté un poco más
recuperada.
- No entiendes-
agrego la amiga- Isabel esta muy
mal. Es posible que no se recupere. Hablé
con su hijo… Están haciendo planes de funeral para la semana que viene.
Amanda no podía ni quería entender. Cualquiera fuera la explicación científica,
nada tenia sentido. Isabel, su amiga
querida, su consejera, su aliada estaba en estado vegetativo. Su cerebro había muerto. Su cuerpo se mantenía “enchufado” con la sola
finalidad de mantener sus órganos en buen estado. Su deseo de ser donante iba a ser cumplido al
pie de la letra por sus familiares.
Olvidó la masa sobre
el mesón. El pan casero que había
planeado preparar con tanto entusiasmo ya no tenía importancia. Se desplomó en un sillón conteniendo el
torrente de lágrimas que parecía originarse en su pecho oprimido. Soltó un
grito de desconsuelo y luego guardó silencio. Dirigió su mirada inexpresiva a
un florero de cerámica que le había regalado Isabel en las últimas navidades.
Isabel no solamente era una buena amiga, era simplemente una buena persona. Ese tipo de
personas que evitaba la controversia y abrazaba la conciliación.
Se habían conocido diez años atrás
cuando Amanda, recién llegada a la gran ciudad, fue contratada por la empresa
donde trabajaba Isabel. Aún cuando sus compañeros de trabajo le dieron la
bienvenida, fue Isabel quien tomó la iniciativa de apoyarla en esos momentos
difíciles. La tomó bajo sus alas, la ayudó a adaptarse
y se encargó de familiarizarla con el
trabajo y con el ambiente. Amanda no
tardó mucho en descubrir la calidad humana de esta mujer amable que de modo tan
desinteresado entregaba su tiempo y compartía sus conocimientos.
Su amistad transcendió las paredes de
la oficina. Conversaban largamente los
sábados sobre sus vidas y sus familias.
Amanda escuchó con interés los relatos de la vida dura que había vivido
Isabel. Un divorcio, después de treinta
años de matrimonio, había sido topado con una tragedia aún más lamentable: la
muerte prematura de su hijo adolescente.
Ambas mujeres eran cristianas. Isabel era bautista y Amanda era
católica. Amanda disfrutó en una
oportunidad de escuchar la hermosa coral
que se presentó en la pequeña iglesia bautista donde Isabel asistía al servicio
dominical. Isabel correspondió acompañando a Amanda al templo católico un
domingo de Palmas...
Aún tirada en el sillón, sin energías
para seguir pensando, Amanda se negaba a aceptar la terrible realidad: Isabel
moriría el día jueves de la semana siguiente.
Quiso rezar por su amiga pero hasta
orar le resultaba confuso. No tenía
sentido pedir por su salud, porque sabía que iba a morir. Tampoco se sentía
cómoda rezando por el descanso de su alma, porque su amiga aún no había
fallecido. Decidió enrumbar sus
oraciones por la salud de aquellas personas que recibirían sus órganos.
En vida Isabel había hecho el bien sin
esperar nada a cambio. Tras su muerte, sus órganos se convertirian en un regalo
desinteresado que cambiaría la vida de más de cinco personas. Sus ojos le
darían la vista a una niña ciega de nacimiento.
Dos personas diferentes se beneficiarían de sus riñones. Un padre de
familia destinado a morir afixiado recibiría sus pulmones. El más afortunado,
un muchacho de 16 años recibiría en su pecho el corazón de Isabel.
Finalmente Amanda regresó a la
cocina. La masa había crecido. La golpeó con furia y la puso a crecer de
nuevo. Observó la tarjeta con la receta
del pan. En perfecta caligrafía, leía:
RECETA DE PAN CASERO... De la cocina de Isabel Garrido.
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