miércoles, 15 de abril de 2020

EL PASAJERO DE BOTINES VERDES por Olga Carrera


EL PASAJERO DE BOTINES VERDES  

Por Olga Carrera

Todas las mañanas, a la misma hora, María Antonia tomaba el transporte para empleados y recorría el aburrido trayecto de una hora, hasta la alta y fresca colina donde funcionaba el Instituto de Desarrollo Científico.

Cada día, los mismos pasajeros subían al autobús, absortos en sus pensamientos. Un joven melenudo, alto y considerablemente flaco, calzando extravagantes botines verdes, se sumaba al resto del personal en el cotidiano recorrido. El misterioso viajero hacía su travesía en perfeco silencio. No cruzaba miradas, ni conversaba con nadie.  Pasaba la hora entera observando distraídamente el paisaje. Pareciera que cada día era la primera vez que sus ojos contemplaban la contaminada ciudad menguarse en la lejanía.

El  Instituto de Desarrollo Científico era una ciudadela de edificios que con frecuencia quedaba cobijada bajo la densa neblina de la mañana.  A pesar de la magnitud de su extensión, y dado lo recluído de su ubicación, el Instituto tenía características de pueblo pequeño…  y de infierno grande

María Antonia escuchó muchos rumores extraños sobre su compañero de ruta. Se decía que no hablaba castellano, porque acababa de llegar de Inglaterra.  Se rumoreaba que era un hombre sumamente presuntuoso. Se especulaba que era amanerado, a juzgar por los ajustados pantalones que forraban sus flacuchentas piernas  y por la elección del color de su calzado. Se decía que era millonario, pordiosero, ateo, filósofo y testigo de Jehová.  Había tantas versiones diferentes, como empleados en el institiuto.

Con la misma intensidad con que él observaba el paisaje cada mañana, María Antonia detallaba en silencio cada uno de sus movimientos.  Su cabello castaño y ondulado caía sobre sus hombros y serpenteaba libremente con la brisa que entraba por la ventanilla. 

Un día María Antonia decidió interrumpir sus pensamientos.  Se dirigió hacia él con la intención de sentarse a su lado. Una maniobra brusca del conductor, la hizo aterrizar toscamente a su costado. Él la miró sobresaltado.

-Hola, me llamo María Antonia -se presentó tratando de disimular el rubor de sus mejillas.
-Hola María Antonia. Yo soy HSS
-¿HSS? – Preguntó intrigada-  ¿qué significa eso?
- Homo Sapiens Surrealista-  le contestó
Su respuesta tupía aún más el denso velo de intriga que lo revestía,  contrastando drásticamente con su actitud cordial y su perfecta sonrisa.
- Y ¿Qué haces en el Instituto?
- Estoy haciendo una pasantía en el Reactor Nuclear. Recabo datos para mi tesis de grado en física.  ¿Y tú?
- Yo trabajo en el departamento de comunicaciones.  Escribo sobre ustedes, los científicos.  Preparo notas de prensa sobre los proyectos de investigación…

Ésta fue sólo una de muchas conversaciones que tuvieron lugar en el trayecto hacia la montaña.  HSS era un personaje simpático, interesante y conversador. Había en él una mezcla de científico con humanista que despertaba en Maria Antonia un interés especial.  El recorrido mañanero se convirtió en la hora más importante de su día, cuando tenía la oportunidad de dialogar con este ser humano encantador, inteligente, defensor de la naturaleza y apasionado por el arte.  Maria Antonia se dejaba transportar cada día a un mundo nuevo y desconocido para ella.  Al mundo del surrealismo.

Descubrió que uno de sus muchos talentos era la pintura al óleo.  Tuvo la oportunidad de explorar su portafolio profesional.  Era un album con las fotos de sus últimas pinturas.  A María Antonia le llamó particularmente la atención un óleo con el rostro de una hermosa mujer de ojos azules.  En el iris de sus ojos, un cielo azul con nubes blancas.  Detrás de las nubes, un árbol seco.  Era maravilloso lo que podía hacer con su pincel. Cada tonalidad contaba una historia.

Terminada la pasantía en el reactor nuclear, María Antonia se despidió con tristeza de su amigo.  Nunca supo su verdadero nombre. Tampoco se preocupó por averiguar su edad, ni donde vivía, ni cuanto ganaba, ni qué tipo de vehículo conducía.  Esos eran datos importantes sólo para los registros del censo nacional. Para ella había otros aspectos mucho más significativos, tales como su sensibilidad humana y su amor por la naturaleza, que con tanta pasión plasmaba en sus lienzos.

Penetrar en la mente y en el espíritu de Homo Sapiens había sido como exhumar un tesoro valioso, que estaba a la vista de todos, pero que sólo ella había tenido la osadía de desenterrar.

Cada mañana, camino a su trabajo, evocaba Maria Antonia el recuerdo de ese amigo transitorio que tuvo la suerte de conocer tan sólo porque supo ver más allá de sus extravagantes botines verdes.

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