jueves, 16 de abril de 2020

VIVIR DE PRISA por Olga Carrera


VIVIR DE PRISA 
Por Olga Carrera

Un lluvioso sábado de primavera, cuando contaba con seis años de edad, mi padre quiso enseñarme a hacer cometas caseras.  Era la actividad perfecta para un día de lluvia.  Los materiales estaban a la mano: Papel de regalo, que había sobrado de la última Navidad; caña delgada que había conseguido en las riberas del río y unas tiras de tela que anudadas pasarían a ser la larga cola de la cometa.

- Compartiremos  un rato juntos- dijo mi padre entusiasmado.
- Papá- Me quejé- En la tienda venden cometas hechas, de muchos colores bonitos. ¿Por qué tenemos que perder tiempo haciéndolas nosotros mismos?

Lejos de desanimarse ante mi innegable desinterés, mi padre fabricó dos cometas:  Una para mí y una para él.  Al día siguiente me invitó a una colina cercana y quiso enseñarme a volar cometas.

- Una vez que las pongamos a volar – dijo mi padre con ilusión – nos sentaremos juntos y las veremos revolotear entre las nubes. 
Con la impaciencia propia del niño, corrí colina abajo, tan rápido como me permitieran mis piernas y alcé mi cometa sin dificultad. Desde allí divisé a mi padre, solo con su cometa, en la parte más alta de la colina.

Un soleado y hermoso día de verano, cuando yo tenía trece años, mi padre me invitó a pescar. Era un pasatiempo relajado que nos daría oportunidad para compartir.  La quietud del río y el silencio de la naturaleza creaban un ambiente de paz, ideal para fomentar una amistad verdadera.
  
- Estoy aburrido- dije perturbando la quietud reinante- Los peces no están picando y ya quiero irme a la casa.  Con la impaciencia propia del  adolescente me levanté y dejé a mi padre solo con su caña de pescar.

Un fresco día de otoño, cuando tenía 21 años, me pidió mi padre que trabajáramos juntos en un proyecto de renovación de la casa.  Había madera que cortar, medidas que tomar y paredes que pintar.

- Este proyecto, nos dará la oportunidad de compartir- dijo mi padre, mientras separaba meticulosamente las maderas que había que serruchar y clasificaba las herramientas que íbamos a necesitar.

- Qué manera tan ineficiente de avanzar en un proyecto- pensé-  Por qué hacer las cosas juntos?

- Midamos lo que haya que medir y serruchemos lo que haya que serruchar.  Luego- sugerí- mientras tú pintas las paredes, yo pinto las puertas y las ventanas.

Mi anciano padre accedió a mi proposición.  De una manera rápida y eficiente concluimos en proyecto en un par de días, él por su lado y yo por el mío.

Yo quería vivir la vida de prisa, quería experimentar muchas cosas en poco tiempo. Mi padre, en cambio, parecía tener toda una vida por delante.  Sus movimientos eran lentos y su temperamento era calmado. Con la impaciencia propia del joven adulto, rematé mi parte del proyecto y quedó mi padre solo terminando de pintar las paredes.

Un crudo y frío día de invierno, cuando yo tenía 45 años, fui a visitar a mi padre con mi familia. Fue un largo viaje que parecía no terminar.  Las carreteras estaban resbaladizas y la visibilidad era pobre.

Allí en la sala de estar encontramos a mi padre, con la mirada fija en su caja de herramientas.  Levantó un martillo, lo miró con detenimiento y lo devolvió a la caja, como no sabiendo para qué servía, ni qué hacer con él.  Lo saludamos con cariño pero parecía no reconocernos. Miraba fijamente a mi hija menor sin expresión alguna en su rostro. Una vez que se sintió cómodo con nosotros, nos hizo las mismas preguntas una y otra vez.

Mi padre sufre del mal de alzheimer y ya no puede valerse por sí mismo.

Hoy quisiera aprender a fabricar una cometa y que fueran sus manos diestras las que me mostraran  cómo se arquean las varillas de caña y de qué largo debe de ser la cola.

Hoy quisiera recostarme con él en la cima de la colina y ver cómo nuestras cometas retozan en el cielo azul.

Hoy quisiera ir al río y sentarme con él a lanzar la carnada al agua y a aprender de él la paciencia del pescador.

Hoy lo miro, con sus ojos fijos en la nada, y me pregunto en qué piensa.

Quise vivir  precipitadamente sin caer en cuenta de que a veces hay que hacer un alto en la vida y difrutar intensamente los momentos más simples.

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