lunes, 13 de abril de 2020

NO ME DEJES por Olga Carrera


NO ME DEJES 
Por Olga Carrera

¡HOLA NIÑA¡... ¿Me escuchas?
Soy yo. ¡AQUÍ!  Aquí afuera, en el mundo…

Tiempo atrás, tú y yo éramos una misma persona...  Jugábamos juntas y disfrutábamos de las cosas más sencillas.

Con el tiempo te quedaste atrás y mi mente se ocupó en cosas importantes.  La vida es dura. ¿Sabes?  Hay grandes tensiones y preocupaciones.  Hay que ganarse el pan trabajando duro.  En el mundo hay violencia, enfermedad, crueldad, injusticias.

Tú no sabes nada de nada.

En tu mente, importante era amoblar una casa de muñecas con sillitas de hojalata cortadas pacientemente con nuestras pequeñas manos…

En tu mundo, preocupación era sentir miedo cuando la lluvia caía ruidosamente sobre el endeble techo de nuestra vivienda. 

En tu cabecita ingenua, violencia era la que producía el viento cuando bamboleaba bruscamente nuestro árbol de onoto, cual arbustito tierno.

En tu experiencia, enfermedad era amanecer con las amígdalas inflamadas y o con dolor de muelas.

Para ti, crueldad era darte cuenta de que mamá gallina nunca disfrutará de sus pollitos, porque nuestro papá recogió los huevos de su nido para servirlos en el desayuno.

Tu mundo y mi mundo son ahora tan diferentes… Pero no siempre fue así…

¿Recuerdas cuando patinábamos a toda velocidad, recogíamos caracolitos en la playa y recortábamos muñecas de papel?  ¿Recuerdas cuando nos trepábamos por reja de la ventana para subir al techo de la casa, o cuando tuvimos como mejor amiga a una abeja que venía todas las tardes a sacar polen de las flores del jardín?

¿Y recuerdas a Rolando, nuestro muñeco predilecto, quien ocupó un lugar especial en nuestras vidas durante los años de nuestra niñez?

Mi niña querida, ¡te recuerdo con tanta claridad que me parece verte!  Eras flaca y blanquiñosa. Tus rubios cabellos siempre rizados a la fuerza por las amorosas manos de nuestra madre. Eras tímida y escasamente sonreías porque nunca te enseñaron a mirar la vida con alegría.  Tu regimentada existencia te impedía conversar con soltura o emitir tus propias opiniones. Le tenías miedo a la gente.  Tus maestros y tus padres estaban en un pedestal muy alto. Les obedecías sumisamente aunque no entendieras las normas.

El tiempo creó una gran brecha entre nosotras…

Un día, mi cuerpo se estiró con la adolescencia y cambió aún más con la adultez, y tú mi niña quedaste en mi interior, esbozando a medias esa sonrisa temerosa que siempre te caracterizó.
Hoy te busco y no te encuentro… pero siento que estas allí.  Quisiera saber que nunca me dejarás y que estarás presente cuando esta vida de adulta me pida a gritos volver a ser niña.

¿Sabes? Una vez sentí tu presencia, cuando sentada en el piso con mis pequeñas hijas, jugaba distraídamente con sus muñecas.  Fueron tus manos, no las mías, las que peinaron sus cabellos artificiales y le cambiaron la ropa.  Fueron también tus manos las que moldearon la plastilina y dieron forma a delicadas figuritas multicolores para mi hijito.  Fuiste tú la que saltó a la cuerda en el parque, cuando inesperadamente un día me vi interfiriendo con los alegres juegos de mis tres niños.
Ayer te sentí otra vez… Gateabas juguetona por los pasillos de la casa tratando de darle alcance a mi nietecito…

Por favor no te vayas… quédate siempre conmigo...

Ayúdame a convencerme que, en este cuerpo de adultos, aún prevalece el candor de la criatura inocente que un día fuimos.

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