VIVIR
DE PRISA
Por
Olga Carrera
Un lluvioso sábado de primavera, cuando
contaba con seis años de edad, mi padre quiso enseñarme a hacer cometas
caseras. Era la actividad perfecta para
un día de lluvia. Los materiales estaban
a la mano: Papel de regalo, que había sobrado de la última Navidad; caña
delgada que había conseguido en las riberas del río y unas tiras de tela que
anudadas pasarían a ser la larga cola de la cometa.
- Compartiremos un rato juntos- dijo mi padre entusiasmado.
- Papá- Me quejé- En la tienda venden
cometas hechas, de muchos colores bonitos. ¿Por qué tenemos que perder tiempo haciéndolas
nosotros mismos?
Lejos de desanimarse ante mi innegable
desinterés, mi padre fabricó dos cometas:
Una para mí y una para él. Al día
siguiente me invitó a una colina cercana y quiso enseñarme a volar cometas.
- Una vez que las pongamos a volar –
dijo mi padre con ilusión – nos sentaremos juntos y las veremos revolotear
entre las nubes.
Con la impaciencia propia del niño,
corrí colina abajo, tan rápido como me permitieran mis piernas y alcé mi cometa
sin dificultad. Desde allí divisé a mi padre, solo con su cometa, en la parte
más alta de la colina.
Un soleado y hermoso día de verano,
cuando yo tenía trece años, mi padre me invitó a pescar. Era un pasatiempo
relajado que nos daría oportunidad para compartir. La quietud del río y el silencio de la
naturaleza creaban un ambiente de paz, ideal para fomentar una amistad
verdadera.
- Estoy aburrido- dije perturbando la
quietud reinante- Los peces no están picando y ya quiero irme a la casa. Con la impaciencia propia del adolescente me levanté y dejé a mi padre solo
con su caña de pescar.
Un fresco día de otoño, cuando tenía 21
años, me pidió mi padre que trabajáramos juntos en un proyecto de renovación de
la casa. Había madera que cortar,
medidas que tomar y paredes que pintar.
- Este proyecto, nos dará la
oportunidad de compartir- dijo mi padre, mientras separaba meticulosamente las
maderas que había que serruchar y clasificaba las herramientas que íbamos a
necesitar.
- Qué manera tan ineficiente de avanzar
en un proyecto- pensé- Por qué hacer las
cosas juntos?
- Midamos lo que haya que medir y
serruchemos lo que haya que serruchar.
Luego- sugerí- mientras tú pintas las paredes, yo pinto las puertas y
las ventanas.
Mi anciano padre accedió a mi
proposición. De una manera rápida y
eficiente concluimos en proyecto en un par de días, él por su lado y yo por el
mío.
Yo quería vivir la vida de prisa, quería
experimentar muchas cosas en poco tiempo. Mi padre, en cambio, parecía tener
toda una vida por delante. Sus
movimientos eran lentos y su temperamento era calmado. Con la impaciencia
propia del joven adulto, rematé mi parte del proyecto y quedó mi padre solo
terminando de pintar las paredes.
Un crudo y frío día de invierno, cuando
yo tenía 45 años, fui a visitar a mi padre con mi familia. Fue un largo viaje
que parecía no terminar. Las carreteras
estaban resbaladizas y la visibilidad era pobre.
Allí en la sala de estar encontramos a
mi padre, con la mirada fija en su caja de herramientas. Levantó un martillo, lo miró con detenimiento
y lo devolvió a la caja, como no sabiendo para qué servía, ni qué hacer con él. Lo saludamos con cariño pero parecía no
reconocernos. Miraba fijamente a mi hija menor sin expresión alguna en su
rostro. Una vez que se sintió cómodo con nosotros, nos hizo las mismas
preguntas una y otra vez.
Mi padre sufre del
mal de alzheimer y ya no puede valerse por sí mismo.
Hoy quisiera aprender
a fabricar una cometa y que fueran sus manos diestras las que me mostraran cómo se arquean las varillas de caña y de qué
largo debe de ser la cola.
Hoy quisiera
recostarme con él en la cima de la colina y ver cómo nuestras cometas retozan en
el cielo azul.
Hoy quisiera ir al
río y sentarme con él a lanzar la carnada al agua y a aprender de él la
paciencia del pescador.
Hoy lo miro, con sus
ojos fijos en la nada, y me pregunto en qué piensa.
Quise vivir precipitadamente sin caer en cuenta de que a
veces hay que hacer un alto en la vida y disfrutar intensamente los momentos más
simples.
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